lunes, 2 de agosto de 2010

Reportaje en diario "El Divisadero"

 Este es un reportaje de la sección noticias del Diario el Divisadero que apareció el día 31 de Julio de 2010, en donde hacen un pequeño recuerdo y homenaje a la pareja de Colonos conformada por don Secundino Diaz y doña Elsa Barría que en la decada de los años 30 llegaron a poblar Puerto Cisnes.

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María Elsa y Secundino estaban haciendo fuego

Sábado 31 de Julio del 2010
En uno de mis habituales viajes por la carretera, luego de matear por última vez y escuchar sones de rancheras borrachas, me propuse el regreso hasta Cisnes, según lo convenido con los anfitriones. El viaje esta vez fue raudo y golondrinesco, casi inadvertido para los baqueanos que con sus ojos redondos y muy abiertos se tragaban la floresta por ambos lados de la huella.
Llegando no más los fui a ver y ya estaban mateando, y una piecita llena de humo con ventanales abiertos. Dos chincoles pasaron rasantes por el patio. Desde el año 1944 formaban una verdadera pareja pionera en Puerto Cisnes, con un orgullo indefinible pintado en sus rostros y elevando el tono de la voz cada vez que les correspondía hablar sobre aquellos tiempos tan suyos. En verdad, ellos llegaban una vez al mes desde la Isla Magdalena, donde vivían, tanto Secundino Díaz Torres, como su mujer María Elsa Barría Santana, a quienes encontré en su casa humilde de la costanera de Cisnes, una tarde más de aquellas lluviosas. Cuando quise saber sobre Cisnes, se rieron de buena gana, al comprobar que son verdaderos pioneros, de aquellos que estaban completamente solos al principio y que cuando se les pregunta sobre la existencia de pueblos, saben perfectamente que el pueblo apareció mucho después de su llegada y que ellos, en medio de aquel silencio y apacible incomunicación esperaron pacientemente por años a que se formara el primer pueblo.
“Si nosotros llegamos acá cuando no había nadie, ni siquiera Méndez había llegado, y nos arreglábamos no más con un bonguito que atábamos a unos molos ordinarios que habían hecho ahí en la costa, y teníamos que remar hasta los barcos que pasaban recalando para que nos dieran algunos vicios, ve usted que si no teníamos la harina, la yerba, el azúcar, los cigarros, no sacábamos nada con tener sembrados y huertos. Señor, dese cuenta usted que nadie vivía aquí, solamente nosotros solos, nosotros no más”.
Tenían que ir a Puyuhuapi, donde se surtían de víveres. Agarraban un bote y remaban por muchas horas hasta encontrarse con las costas de Puyuhuapi, donde iban a depositar el dinero que les serviría para comprar los víveres, los que llegarían en el próximo viaje a la Isla. Cuando llegaron a Cisnes, ya vivía en los campos, cerca del continente don Francisco Anamil, y en el río vivía Miguel Méndez. Puerto Cisnes comenzaba sus jornadas en forma muy sobrellevada, con prácticamente nadie en sus alrededores en 1946, y la presencia de esta pareja que escuchaba decir a las primeras autoridades que el pueblo lo iban a levantar allá al otro lado, en la playa blanca de más abajo. Y había un caballero llamado Manuel Berríos que cumplía el cargo de Alcalde de Mar, que también era el viviente de aquel lugar y que los buscó para que se hicieran cargo de la recepción de las cargas de las embarcaciones que llegaban a Puerto Cisnes. Se puede decir entonces que ellos entraron a cumplir las primeras labores administrativas de un puerto que ni pensaba existir aún, en una playa de mareas bajas donde era muy fácil que un vapor quedara varado. Por ese motivo la única solución era ir en bote al encuentro del barco y volverse a la playa con el bote al tope de mercaderías, vicios, encargues y todo tipo de mercaderías necesarias para la subsistencia en Cisnes.
“No sacábamos nada con tirarnos a grande en medio de eso, porque no teníamos mucho. El día se nos pasaba en trabajar, arreglar, ordenar como hormiguitas las cosas para esperar los inviernos y qué más podíamos hacer dígame usted si no había nada más que vivir, no conocimos gente hasta unos cinco años después cuando empezaron a llegar los segundos colonos”.
Había monte muy abajo en la mitad de la playa y el matrimonio Díaz Barría debía encarar muchos de los problemas que surgían espontáneamente, como levantar su primer rancho en medio del monte, y esperar la llegada o la pasada del Taitao y el Trinidad, del Mercedes y el Tenglo. Eran los tiempos cuando los primeros también estaban a su lado, Miguel Méndez, Duamante, Pedro Gómez y ellos, junto a sus mayores, cuando la vida era tan difícil y tan absurda que al decir de la misma mujer, parece que estaban ahí sólo porque Dios quería que vivir. Si se enfermaba alguien, sólo se pensaba en lo que Dios disponía. Mientras seguían ocurriendo cosas y el espacio que mediaba entre su llegada y esos nuevos tiempos, les entregaba las visiones de la historia, recordaron con cariño las gestiones de la señora Eugenia Pirzio y el padre Calvi, verdaderos símbolos de los poblamientos.
Era muy probable que las periodicidades de los barcos fueran tan escasas en aquellos tiempos, que la mayoría de los vivientes construyeran sus propias embarcaciones a vela, hecho que hacía muy característica la vida del litoral en esta parte del mundo. Normalmente, como no existían motores, por no existir abastecimiento de combustibles, el viento permitía efectuar viajes a Puerto Aguirre o hacia Puyuhuapi para la búsqueda de víveres. En 1937 se estaban poblando Arturo Ayanao y Méndez, luego Pedro Gómez que vivía en la punta del faro, Manuel Berríos, Sofanor Dinamarca, familias Cifuentes, Valdés y los mismos Díaz de la entrevista que llegaron en chalupones desde la isla de Chiloé.
Pero en 1933 llegó Remigio Valdés en la lancha La Tinto de Vialidad hasta Puerto Cisnes, aunque ya había llegado a Puerto Aysén como cocinero para la estancia Cisnes el año 1919 en momentos en que se encontraban haciendo una apertura de senda, en tiempos que no había trabajo, y en realidad no había nada que hacer, según el decir de don Ladislao, uno de sus hijos entrevistados en Cisnes. Esta familia continuaría buscando trabajos en el lado argentino por muchos años y luego destacaría su presencia en Lago Verde como encargado del campo de don Eduardo Simon en 1949.
Este aislamiento de los cisnenses continuaría hasta 1978, cuando comenzó el movimiento de caminos por la carretera austral y algún reconocimiento a la labor silenciosa de los pioneros.


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1 comentario:

  1. Gracias por publicar. El autor de las crónicas es el investigador y memorialista OSCAR ALEUY ROJAS, que posee una dilatada trayectoria y ha escrito más de 2 mil crónicas relacionadas con gente pobladoras de todos los sectores de Aysén.

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